domingo, 3 de junio de 2007

Primer paso: El Cínico

Viddean "La Escuela de Atenas" de Rafaello de Sanzio... retratados pesos pesados, estigmas de Occidente: Platón, en el centro, con el "Timeo", junto a Aristóteles, con la "Ética"; Pitágoras, en primer plano explicando el "diatesseron". Apoyado en el bloque de mármol el gigantesco Heráclito, el río de Heráclito, antimateria de Parménides. A la derecha, Euclides, enseñando la parsimonia de su geometría; Zoroastro con el globo celeste, Tolomeo con el terráqueo... Al centro, recostado sobre los peldaños, Diógenes, el perro, sarcástico, obsceno, pisoteando, con su sola existencia, los humos de Platón...


Lo sospechoso de las soluciones es que cuando se requieren, se encuentran.
Sólo se puede empoderar incitando al sarcasmo.
Sólo se puede corroer escupiendo sobre todo discurso, sobre toda ideología.
La emancipación está en las preguntas y no en las respuestas.

¿Qué busco en este blog? Sólo dar un paseo sinuoso por las palabras que despabilan... quizá en algún momento alcancen sistematicidad y pueda pasear, entonces, con consecuencia por la praxis. A veces las ideas coagulan, requieren extirparción...

Quiero comenzar por Diógenes, bastardo de Antístenes. ¿La fuente? El otro Diógenes, el de Laertes:

Observando cierta vez un niño que bebía con las manos, arrojó el cuenco que llevaba en la alforja, diciendo: “Un niño me superó en sencillez”.

A los que le aconsejaban salir en persecución de su esclavo fugitivo, les replicó: "Sería absurdo que Manes pudiera vivir sin Diógenes y Diógenes, en cambio, no pudiese vivir sin Manes".

“No serás enteramente feliz hasta que tu criado te suene también las narices, lo que ocurrirá cuando hayas olvidado el uso de tus manos”.

Mientras Anaxímenes peroraba, Diógenes comenzó a esgrimir un pescado. Irritado aquél, Diógenes concluyó: “Un pescado de un óbolo desbarató el discurso de Anaxímenes”.

Mientras Platón definía al Hombre como un "bípedo desplumado", Diógenes arrojó una gallo al que le había arrancado todas las plumas, diciendo: "Éste es el Hombre de Platón".

“Hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse”.

En otra ocasión, gritó: “ ¡Hombres a mí!” Al acudir una gran multitud les despachó golpeándolos con el bastón: “He dicho hombres, no basura”.

Estaba en una ocasión pidiendo limosna a una estatua. Preguntándole por qué lo hacía, contestó: “Me ejercito en fracasar”.

"¿Por qué –se le preguntó- la gente da dinero a los mendigos y no a los filósofos?” “Porque –repuso- piensan que, algún día, pueden llegar a ser inválidos o ciegos, pero nunca filósofos.”

Un día estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas. En ese momento llegó Aristipo, filósofo que trabajaba para el rey, quien le dijo: "Mira, si tu trabajaras para el rey, no tendrías que comer lentejas". Diógenes le contesto: "Si tu comieras lentejas, no tendrías que trabajar para el rey".

Dicen que Diógenes caminaba por las calles de Atenas con una lámpara encendida a plena luz del día. Cuando alguien le preguntaba por qué tenia la lámpara prendida, él contestaba: "Busco algún hombre honesto".

Alejandro Magno, al ver a Diógenes, le dijo: “Pídeme cualquier deseo”, a lo que Diógenes replicó: "Muévete, que tapas mi sol”.

El Cínico, otra vez...

Quizá Borges algún día sentenció: “Todo encuentro es una cita” (parafraseando, debo a la conjunción de la embriaguez y un profesor de derecho el descubrimiento de esa frase).


Teleología bertalanffiana + Relatividad einsteniana.
No es descabellado pensar en alguna especie de fatalismo…

Quizá en algún lugar de la estructura de la historia estaba implícito el encuentro entre Alejandro, el Magno, y Diógenes, el perro, teñido tenso en tela por Gaspard de Crayer (“Alejandro y Diógenes”). De pie, opulento, el Grande, dueño del mundo, junto a todo su aparato de poder; sentado, paupérrimo, el Cínico, la prescindencia de lo prescindible (y de lo vociferado como imprescindible: encienda su televisor). La tácita, demente, contundente negación de Alejandro…


Nada de pregonar la estúpida toma del Estado.
Nada de oponer ideología a ideología.
Sólo se derrocan chanchos para proclamar otros chanchos (con ideologías “reformadas” o “revolucionarias”, pero SIEMPRE ideología de chanchos).
Sólo el desprecio, la renuncia y el sarcasmo, el espíritu crítico, la sutileza del razonar, la sospecha ante todo discurso y ante cualquier verdad.
El resto es un constante rotar de oscurantismo y explotación.

Como quedaron un par de sabrosas frases en el tintero, vuelvo, por última vez, a Diógenes, de Sínope. Nuevamente la fuente es Diógenes, de Laertes. Prometo próximamente salir de Atenas, variar de monstruo.


Cierta vez, mientras se masturbaba en la plaza pública, exclamaba: “Ojalá también se saciara el hambre sobándose uno la barriga”.

Platón, en un banquete ofrecido por él, hablaba sobre las alfombras que últimamente había traído de Persia. Diógenes comentó: “Pisoteo los humos de Platón”.

Un sacerdote aseguraba que a los admitidos en los ritos les esperaban innumerables bienes en el Hades. Diógenes le replicó: “¿Por qué, entonces, no te suicidas?”.

Se dice que luego de su encuentro con Diógenes, Alejandro el Magno exclamó: “De no haber nacido Alejandro, hubiese querido nacer Diógenes”.

Cuenta Diógenes Laercio que un buen día decidió consultar al oráculo y recibió como respuesta "invalidar la moneda en curso". Como todas las respuestas del oráculo eran enigmáticas, dicha respuesta tenía al menos tres sentidos: falsificar la moneda, modificar las leyes o transmutar los valores. Diógenes no quiso elegir e hizo las tres cosas. El resultado: lo desterraron de Sínope. “Pues yo los condeno a quedarse”, ironizó.

Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: “Los ladrones grandes apresan al pequeño”.

Le preguntaron cuándo deben casarse los hombres, y respondió: “Los jóvenes todavía no; los viejos, nunca”.

Volvía de los juegos olímpicos y uno le preguntó si había concurrido mucha gente, a lo que respondió: “Gente mucha, hombres pocos”.

Viendo al hijo de una meretriz tirando una piedra a la gente, le dijo: “Ten cuidado, no vayas a darle a tu padre”.

Le echaban en cara que bebía en la taberna. Respondió: “Y en la barbería me corto el pelo”.

Viendo a un arquero sin destreza, se sentó junto al blanco diciendo: “No sea que me hiera”.

A Dídimo, médico que tenía fama de adúltero, le dijo cuando curaba un ojo enfermo a una muchacha: “Ten cuidado, no sea que curándole el ojo le desflores la pupila”.

Un joven le dijo: "La gente se ríe de ti", a lo que Diógenes contestó: "Quizá también los asnos se ríen de ti, pero ni a ti te importan los asnos, ni a mi la gente".

Murió en Corinto en el año 327 a.C. Algunos afirman que se suicidó conteniendo el aliento...