domingo, 3 de junio de 2007

El Cínico, otra vez...

Quizá Borges algún día sentenció: “Todo encuentro es una cita” (parafraseando, debo a la conjunción de la embriaguez y un profesor de derecho el descubrimiento de esa frase).


Teleología bertalanffiana + Relatividad einsteniana.
No es descabellado pensar en alguna especie de fatalismo…

Quizá en algún lugar de la estructura de la historia estaba implícito el encuentro entre Alejandro, el Magno, y Diógenes, el perro, teñido tenso en tela por Gaspard de Crayer (“Alejandro y Diógenes”). De pie, opulento, el Grande, dueño del mundo, junto a todo su aparato de poder; sentado, paupérrimo, el Cínico, la prescindencia de lo prescindible (y de lo vociferado como imprescindible: encienda su televisor). La tácita, demente, contundente negación de Alejandro…


Nada de pregonar la estúpida toma del Estado.
Nada de oponer ideología a ideología.
Sólo se derrocan chanchos para proclamar otros chanchos (con ideologías “reformadas” o “revolucionarias”, pero SIEMPRE ideología de chanchos).
Sólo el desprecio, la renuncia y el sarcasmo, el espíritu crítico, la sutileza del razonar, la sospecha ante todo discurso y ante cualquier verdad.
El resto es un constante rotar de oscurantismo y explotación.

Como quedaron un par de sabrosas frases en el tintero, vuelvo, por última vez, a Diógenes, de Sínope. Nuevamente la fuente es Diógenes, de Laertes. Prometo próximamente salir de Atenas, variar de monstruo.


Cierta vez, mientras se masturbaba en la plaza pública, exclamaba: “Ojalá también se saciara el hambre sobándose uno la barriga”.

Platón, en un banquete ofrecido por él, hablaba sobre las alfombras que últimamente había traído de Persia. Diógenes comentó: “Pisoteo los humos de Platón”.

Un sacerdote aseguraba que a los admitidos en los ritos les esperaban innumerables bienes en el Hades. Diógenes le replicó: “¿Por qué, entonces, no te suicidas?”.

Se dice que luego de su encuentro con Diógenes, Alejandro el Magno exclamó: “De no haber nacido Alejandro, hubiese querido nacer Diógenes”.

Cuenta Diógenes Laercio que un buen día decidió consultar al oráculo y recibió como respuesta "invalidar la moneda en curso". Como todas las respuestas del oráculo eran enigmáticas, dicha respuesta tenía al menos tres sentidos: falsificar la moneda, modificar las leyes o transmutar los valores. Diógenes no quiso elegir e hizo las tres cosas. El resultado: lo desterraron de Sínope. “Pues yo los condeno a quedarse”, ironizó.

Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: “Los ladrones grandes apresan al pequeño”.

Le preguntaron cuándo deben casarse los hombres, y respondió: “Los jóvenes todavía no; los viejos, nunca”.

Volvía de los juegos olímpicos y uno le preguntó si había concurrido mucha gente, a lo que respondió: “Gente mucha, hombres pocos”.

Viendo al hijo de una meretriz tirando una piedra a la gente, le dijo: “Ten cuidado, no vayas a darle a tu padre”.

Le echaban en cara que bebía en la taberna. Respondió: “Y en la barbería me corto el pelo”.

Viendo a un arquero sin destreza, se sentó junto al blanco diciendo: “No sea que me hiera”.

A Dídimo, médico que tenía fama de adúltero, le dijo cuando curaba un ojo enfermo a una muchacha: “Ten cuidado, no sea que curándole el ojo le desflores la pupila”.

Un joven le dijo: "La gente se ríe de ti", a lo que Diógenes contestó: "Quizá también los asnos se ríen de ti, pero ni a ti te importan los asnos, ni a mi la gente".

Murió en Corinto en el año 327 a.C. Algunos afirman que se suicidó conteniendo el aliento...

1 comentario:

Iconoclasta dijo...

Respecto al concepto de "ideología"... espero que se entienda en un sentido amplio, y no por ejemplo restringida a un sentido foucaultiano.