domingo, 5 de agosto de 2007

La inmaterialidad de las fuerzas


"La tan airada liberación sexual es una pantomima, un comercio erótico degradante que hace de los cuerpos un producto. [...] La lucha progresista por la democratización expresiva y por la liberación sexual ha sido brutalmente superada y trivializada por la decisión del poder consumista de conceder una vasta (tanto como falsa) tolerancia".
(Pier Paolo Pasolini)


"Salò o le centoventi giornate di Sodoma" (1975) es una película nauseabunda hasta lo inconcebible. Pasolini, cineasta implacable, la yuxtapone a su "Trilogía de la vida", cuya principal característica es el tratamiento del sexo como liberador de los cuerpos ("Il Decameron", 1970-71; "I racconti di Canterbury", 1971-72; y "Il fiore delle Mille e una notte", 1973-74), y la incluye en su inconclusa "Abjuración de la trilogía de la vida". Estructurada como infierno dantesco, el relato es la sucesión de los círculos concéntricos titulados "El círculo de las manías", "El círculo de la mierda" y "El círculo de la sangre", precedidos por un "Anteinfierno" (el cuatro es un número recurrente en la película). Aunque este blog no es un lugar de discusión cinematográfica, me resulta imposible no hacer unos comentarios, más dramáticos que técnicos.
Es la historia de cuatro poderosos fascistas (un Duque, un Obispo, un Magistrado y un Presidente) que, hacia finales de la Segunda Guerra, secuestran a un grupo de hombres y mujeres para satistafecer sus más oscuros deseos. Su violencia es explícita, tan explícita que la mayor parte del tiempo prima una sensación de mareo y asco. Pero su sensibilidad artística es innegable, constituyendo un cruce perfecto entre lo que pueden parecer excesos gratiutos y lo que, desgraciadamente, nos hace seguir con la mirada fija en la película. Es inolvidable la secuencia final, el maldito lugar en el que Pasolini nos fuerza a tomar parte, la maldita secuencia casi carente de sonido, la maldita bofetada que implica lo ambiguo que se nos revela nuestro punto de vista y donde nos percatamos que, en realidad, durante todo el tiempo hemos sido unos fascistas, más morbosos que cinéfilos. Una película que por un par de días nos mantiene angustiados, por un par de noches con serias dificultades para conciliar el sueño, y que luego del shock inicial comienza a configurarse como una de las obras más bellas de la historia del cine...
Volviendo a lo nuestro, tomemos la frase del Duque "los fascistas somos los únicos (verdaderos) anarquistas". Quizá convenga aquí hacer una distinción al respecto: el fascismo, encarnado en los cuatro poderosos, constituye una identidad Estado-Elite, donde todo el aparato de estado se configura para obedecer los deseos de un grupo privilegiado en detrimento de una mayoría. El anarquismo, por su parte, busca la disolución de cualquier Estado, precisamente por constituir un instrumento de opresión, no considerándolo siquiera como un medio eventualmente usado por la mayoría, como en la dictadura del proletariado. Comparemos ahora la frase del Duque con una sentencia de Pasolini: "Además de ser anárquico lo que mejor caracteriza al poder, a todo poder, es su capacidad natural de transformar los cuerpos en cosas": es aquí donde nos acercamos al meollo del asunto: el poder no como metáfora fascista, sino como metáfora anarquista: el poder como un entramado acéfalo, representado en Salò por la transformación de los cuerpos en cosas destinadas a la satisfacción del placer sexual, el poder representado a) por una estrategia individualizada de docilidad y disciplina del cuerpo, y b) por otra de manejo de dinámicas demográficas, un poder de poblaciones. Salò nos muestra el sexo, que constituye una instancia puente entre una y otra de las manifestaciones.
De este modo, tenemos que, a partir del pensamiento de Foucault, el poder es una estrategia que es insuficientemente analizada si se concibe sólo como un mecanismo de opresión, de coerción y coacción. También tiene aspectos positivos relacionados con la produccón de placer y de verdad. Para estos efectos, buscaré analizar sus aspectos de coerción, placer y verdad a partir del lenguaje de la Teoría General de Sistemas, principalmente buscando su desantropomorfización.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me quedaré especialmente con el último trozo de pensamiento que se ha esbozado en este espacio. Toda abstracción humana como fuente de acción (y entendamos el poder como una más de las abstracciones humanas), están enfocadas en manejar mentes. El poder, por las características que lo distinguen, es el elemento cumbre de estas abstracciones. El objeto, tomado este como ente manejado, ente manipulado, siempre está a cargo de un ente superior, quien dirige sus pasos. Todo acto que esté en una dirección descendente sobre un ente, es un poder. Esta definición, vaga en su esencia, pero útil, deja en claro que todo ejercicio conductual humano está provisto de un bagaje poderoso. Todo pensamiento y concepción (toda abstracción) está revestido de un poder.El humano no es un sujeto, es un objeto siempre. Está siendo manipulado en todo momento por mentes y por actos, siempre es un objeto de. El humano está condenado a ser un esclavo, por su misma condición de humano. Sarte no condenó a los hombres a la libertad, los condenó a la esclavitud. Todo hombre, desde el punto de vista existencialista, es una potencialidad. Pero esta potencialidad no se lleva a efecto por sí mismo. El hombre vive en una nada eterna, no tiene esencia, sino que busca una esencia. Pero al contrario de lo que piensa Sartre, el humano no consigue su esencia a través de sus acciones, su esencia se la otorga el sujeto que lo manipula (sujeto como cultura, sujeto como su biología, sujeto como otras mentes) Por tanto, toda ideología política que parte la libertad del hombre como base, en contra de la opresión, está jugando con un absurdo. El hombre está condenado a ser un esclavo. Todo lo que se tiñe de un color libre, está siendo manipulado por la abstracción de un sujeto, sobre los objetos. No hay otra opción. Por tanto, un aparato político sólo se tiene que basar en cómo disminuír el dolor humano que conlleva la opresión inherente a su propia existencia. Y es en eso, y no en otra cosa, en donde las ideologías políticas son criticables. Todo arguemento que apele a la libertad está errada por su misma concepción abstracta, por lo que se autodestruye.